Las estadísticas marcan lo siguiente: su promedio de gol es de, casi, un gol por partido (0.85%). Gracias a ese porcentaje, su equipo terminó cómo vencedor en el 77% de los encuentros que disputó. ¿De quién estamos hablando? Un tal Messi. Es que el 10 del conjunto calatán abrió el marcador en la final del Mundial de Clubes.
Fue una definición exquisita, con el sello técnico de Leo, que le permitió al Barcelona ponerse en ventaja contra los Millonarios y empezar a sentenciar un partido que valió un nuevo título para el equipo que ganó de todo en este 2015 que se apaga. Una contracara de lo que pasó contra Estudiantes y ese pechazo, en el epílogo del duelo, que le permitió festejar el campeonato del mundo en tierra nipona.
Si contamos desde la primera vez que el Barca contó con él en un juego decisivo (2006 contra el Espayol por la Supercopa española), el tanto del domingo en Yokohama fue el vigésimocuarto para el capitán barcelonista. ¿En cuántas finales? Esta fue la número 28. Ustedes hagan las cuentas. Sí, simplemente surrealista.
Con celebraciones de todos los colores y en distintos puntos del mapa, Messi tiene el clásico perfil de los grandes deportistas. Es de esos que, siempre, o casi, tiene preparado un show personales en los encuentros definitorios. Así lo hizo en la final de la Champions en Roma 2009, o un año más tarde en Wembley. Y sí sumamos la Supercopa de Europa (versión '11 contra el Porto y '15 vs. Sevilla), más las apariciones locales en la Copa del Rey y la Supercopa, sus actuaciones en duelos clave tienen destino victorioso para su club.
Messi es ganador. Leo es el bastión que le permite al Barcelona seguir levantando copas por el mundo y haciendo historia. Con el Señor de las finales, todo es mucho más fácil.