El equipo de Francisco Ferraro viajó hasta tierras holandesas con un claro objetivo: conseguir la quinta Copa del Mundo para alimentar la leyenda argentina en la categoría. Lo que aún no sabía el planeta de la redonda era que la Albiceleste contaba con un as bajo la manga para concretar su sueño. Y esa figura incipiente tenía nombre y apellido: Lionel Messi.
Con 17 años (cumplió 18 durante el torneo), La Pulga, literalmente hablando, hizo su debut en competencias oficiales vistiendo la camiseta de la Selección de sus amores. Esa pasión no se hizo esperar demasiado para salir a la luz, porque en el segundo partido del Grupo D, frente a Egipto y posterior a la derrota ante Estados Unidos (0-1) en el debut, Messi mostró su calidad ante los ojos del mundo. Marcó el 1-0 (cuenta estirada sobre el final del partido por Pablo Zabaleta) y encaminó al equipo de Pancho Ferraro hacia la clasificación. Fue el primer grito mundialista del 18, en ese entonces, con la Celeste y Blanca...
El pase a octavos de final, en tanto, se concretó contra Alemania, en la tercera fecha de la fase inicial. El 1-0 de Neri Cardozo alcanzó para que Argentina se ubicara en la segunda posición de la zona, con seis puntos y a uno de los norteamericanos. A partir de ahí, sí, el joven rosarino fue imponiendo su juego para brillar en lo más alto del campeonato. De hecho, en el inicio de la ronda final Leo gritó frente a Colombia, aportando su cuota goleadora para el 2-1 albiceleste. Pero la catarata de festejos no paró, porque metió uno más en la victoria argentina por 3 a 1 ante España (seleccionado que le había ofrecido, un año atrás, la posibilidad de ser parte de su equipo) de cuartos de final y otro más frente a Brasil, en semifinal.
Así, con la confianza por los cielos, Messi se transformó en la bandera de un combinado Sub 20 que estaba en la final. El último eslabón en esta cadena hacia la gloria era Nigeria. Un poderoso equipo africano que se le plantó al elenco de Ferraro y lo obligó, una vez más, a recurrir a su arma secreta: Messi fue nuevamente el héroe y convirtió un doblete inolvidable para sellar el 2-1. De yapa, fue elegido mejor jugador del Mundial y quedó como top scorer, con 6 tantos.
Con el máximo trofeo en sus manos, Leo se empapó de felicidad. Holanda fue testigo del nacimiento de una joya diferente. Una que tres años más tarde le daría alegría al pueblo argentino conquistando la medalla de Oro en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Siempre al lado de grandes compañeros, el pibe fue forjando una zurda intratable. Y así fue mejorando también una gambeta que se convirtió en indescifrable. Y una definición incomparable. Hasta los números de su camiseta fueron cambiando, para transformarse en un exquisito 10. Esa casaca que todos quieren, y que hoy desea, más que nunca, llevar a la Selección Mayor a lo más alto. El capitán tiene un anhelo demorado...