19/09/2016

Vuelta al mundo en botines

El Colegio Escuelas Pías, en plena urbe cordobesa, fue mi segunda casa durante toda la Primaria. Y, también, mi potrero formador, porque con mis amigos hicimos rodar la pelota en la Liga Intercolegial de Fútbol Infantil. De los cinco a los nueve años me divertí en el pasto amateur, hasta que, junto a mi familia, decidí ir más allá... Me probé en Instituto y la suerte me brindó un gol en el amistoso frente a Unión San Vicente. Quedé. Con gambetas y velocidad fui escalando categorías en un fútbol muy físico y, a los 17 años, Héctor Rivoira me concedió el momento que todos esperan: debuté en la B Nacional frente a Chacarita, en agosto del 2007. 


Luego de breves excursiones por Platense y San Martín de San Juan, el largo viaje por el exterior arrancó por Perú, en San Martín de Porres, para disputar la Copa Libertadores. Del lujoso valle incaico me mudé a la montañosa ciudad de Riobamba, para mover las piernas en el Olmedo, de Ecuador. El clima amistoso ayudó a mi adaptación, pero al año volví a armar las maletas. Ahí sí, a cruzar el océano. Destino: Argelia, al Norte de África. El club: Constantine. Me sumergí, por ende, en costumbres completamente distintas a las latinas, con mayoría de musulmanes y el árabe como lengua materna, difícil de aprender.


Pero esta efímera experiencia, como la existencia misma, se esfumó por el agua, que me llevó al Mar Egeo. ¿Adónde llegué? A Volos, Grecia, para vestir la camiseta del Olympiakos Volou. Rodeado de islas bonitas y de una sociedad bastante efusiva, la comodidad se hizo presente. El fútbol, en tanto, siguió llenando mi diario de viaje. Y las raíces, no lo puedo negar, siguieron tirando. Debe ser por eso que volví a Argentina por un año, para la 2013-2014: arribé a Almirante Brown. Pero, claro, este ida y vuelta constante no se iba a detener fácilmente: me puse la camiseta del Mumbai City FC. Tuve que armarme de paciencia, eso sí, ya que la estadía en una región con superpoblación dificultaba mi tiempo libre. Pero la variedad étnica, los animales en las calles, la música, quedarán entre mis recuerdos más preciados. Ahora bien, cuando coman en India, cuidado con los monos, están al acecho. ¡Ah! No me olvidé: el Taj Mahal, la mejor maravilla del mundo. 


¿Qué me faltaba? Un par de desequilibrios por la banda en Independiente Rivadavia, en Mendoza. ¿Algo más? Cómo no, quedaba un continente por conocer: Oceanía se sumó al tour. El sorprendente llamado desde el Amicale FC, de la República de Vanuatu, confirmó la vuelta al mundo. Y el pasaje final, por ahora, me sitúa a mis 26 años en un paraíso de playas alucinantes. Las costas de Port Vila, capital de este archipiélago, están rodeadas por el Océano Pacífico, por el Mar del Coral. Aquí se habla bislama y francés. Y hay 14 horas más que en la Argentina. Ya se me hizo tarde, y mañana hay que entrenar. Porque la pelota, lo sé, nunca frena...