“Salimos desde Córdoba todos los domingos a la 1.20 de la madrugada y llegamos a las 11.30 de la mañana a Buenos Aires”, explica Axel Villarreal (Instituto), que sabe de memoria el recorrido habitual realizado junto a los otros seis chicos que se meten en el micro de los sueños. Y claro, porque se trata de un viaje de Selección, que, una vez en Retiro, deriva en otro transporte que los traslada hasta el Predio Julio Grondona. Ése es el destino final. El Sub 15 comandado por Walter Coyette los espera.
Todas las semanas se produce dicha reunión entre estos talentosos chicos. Aventura de micros y entrenamientos que fortalecen su unión. Itinerario cansador, pero que da frutos en el campo de juego. “Nos conocemos un poco más entre nosotros, porque venimos todos del mismo lugar y en la cancha se nota por la confianza”, afirman al unísono las promesas que ilustran su talento en el césped de Ezeiza. Aunque, claro, no es sólo allí donde despliegan su pasión por la redonda, ya que también lo hacen divididos en tres clubes de su provincia natal: Belgrano, Talleres e Instituto. Sí, dicotomía que sienta sus bases en el compañerismo y, a su vez, en la rivalidad que mantienen estos siete jugadores. “Cuando estamos en contra dejamos todo para ganar, pero después volvemos a ser amigos, ja”, suelta bromeando Rodrigo Sar, de Talleres.
Por su parte, Alan Andrada y Román Vildoso saben bien que los fines de semana deben trasladarse al barrio Alberdi para vestir el celeste del Pirata. Panorama similar al que viven Villarreal y Mateo Klimowicz, que se calzan el atuendo de la Gloria. Federico Navarro, Diego Trepat y Sar, también vuelven a Córdoba portando otra indumentaria: la del Tallarín.
Pero cuando llega la noche del domingo y los bolsos están armados, vuelven a juntarse. Los siete se meten en un viaje repleto de entusiasmo que los llevará hasta tierra albiceleste. Y ya no hay diferencia de colores o de objetivos. Coyette los elige para enseñarles a defender la camiseta del Seleccionado Nacional. Ése que junta promesas y esperanzas. Ése que nos permite soñar. A todos. A ellos, los que impregnan a Ezeiza del acento cordobés.