Pasión. Tan simple como eso. Sentimiento que hace a la historia de un pibe de barrio porteño y fanático del Club Atlético Independiente, que con sólo seis años cruzó por la puerta grande de la institución para establecer su primer vínculo con una pelota…
Desde Avellaneda y Boyacá, en Flores, partió el sueño de Mauro Pérez Morales, embanderado por la idea eterna de ser futbolista. Defendiendo, entonces, la camiseta de sus amores, deleitó a propios y extraños en el mundo del baby fútbol, ahí donde muchas promesas empiezan sus carreras. “Creo que mi afán por progresar me dio un premio tempranero, porque con sólo 11 años me llamaron desde Boca”, recuerda Mauro. Invitación a desplegar sus desbordes en cancha de once imposible de rechazar, aunque fuera portando otros colores. Así pues, aquel chico se paraba ante su primera oportunidad para afianzar su juego y vivir de él. Y con él.
En ese entonces, época en la que el Xeneize había dejado atrás la gloria adquirida de la mano de Bianchi y en la que estaba aventurándose hacia nuevas conquistas con el Coco Basile, Mauro fue contactado por Maddoni para aceitar su fútbol en las inferiores del club de la Ribera. “Pero a fines de aquel 2005 terminó mi etapa en Boca y me fui a Huracán, donde tuve más minutos”, confiesa el jugador. De hecho, ese tiempo compartido en el césped de Parque Patricios duró tres años, y hasta adelantó algunos metros en la cancha a Pérez Morales, llevándolo hasta su puesto predilecto: extremo izquierdo.
Culminada su relación con el Globo, la joven promesa transitó un breve, aunque fructífero, paso por el Ascenso argentino. Fueron dos temporadas, divididas entre Sportivo Italiano y Lamadrid, que terminaron con una nueva oferta. Esta vez, desde México.
Sí, Mauro se embarcó en su primer avión de la mano de la número 5. Y, al contrario de lo que vaticinaba su corazón, fue una experiencia difícil: “No tenía mucho dinero y vivía en una pensión con otros 30 chicos en el D.F.”. Como si fuera poco, “costaba conseguir buena comida a bajo precio” y desde el club en el que se desempeñaba no tenía garantías de avanzar profesionalmente. “Luego, fui traslado a Irapuato, donde comencé a vivir en una ciudad deportiva y a trabajar diez horas diarias”, comenta el volante, afligido al rememorar aquella época, y agrega: “Allí jugaba con un compañero argentino en campeonatos barriales, que son frecuentes en México y pagan mucha plata”. Situación que se sostuvo hasta que una nueva ilusión reinó en la mente del volante: una prueba en Toros Neza. Lamentablemente, regida otra vez por la mala suerte, la posibilidad de desempeñarse para el club se diluyó con la renuncia del presidente que gustaba del juego del argentino.
Sin embargo, la perseverancia de Mauro le deparó una nueva promesa de prosperidad, que llegó de la mano “de un ayudante que me conocía desde mi época en Lamadrid”. La misma lo llevó a cruzar el océano para continuar con su carrera: el reconocido Atrómitos de la capital griega lo esperaba en la otra costa. Pero, nuevamente, esa página en la epopeya que arrancó desde Flores tuvo un efímero desenlace: “Estuve parando en un hotel y rápidamente me vendieron al Omiros, de la Tercera División, donde, por fin, me instalé”.
Y así pasaron los últimos seis meses, acompañados por el festejo de 22 primaveras de Mauro Pérez Morales. Un joven que se calzó los botines para vivir una historia ligada a la hostilidad que generó su propia ambición aventurera. Ambición que jamás se apaciguó y luchó contra viento y marea. Ambición que aún tiene mucha tela para cortar. Ambición que fue, es y será, sin duda alguna, por amor al fútbol.
Mirá cómo juega Mauro Pérez Morales (video de temporadas pasadas)